El entusiasmo por Intel se evaporó rápidamente tras conocerse los detalles del plan de apoyo de la administración Trump. En lugar de un paquete millonario como esperaban los mercados, Bloomberg reveló que se estudia una participación de solo el 10% en la compañía, equivalente a unos 10 mil millones de dólares según su capitalización actual. 
La reacción fue inmediata: las acciones de Intel cayeron alrededor de un 5%, ya que pocos creen que esa suma pueda acelerar la largamente retrasada planta de Ohio, cuyo arranque no se prevé antes de la década de 2030.
El gobierno presenta la medida como un impulso a la producción nacional de semiconductores, pero los inversionistas ven otra cosa: se habla de convertir los subsidios otorgados bajo la ley CHIPS en acciones. No son recursos nuevos, sino dilución para los accionistas existentes. Con apenas 2.7 mil millones de dólares aún disponibles en el programa, la jugada parece más un reciclaje de dinero viejo que un salvavidas fresco. No sorprende la frustración en Wall Street, que esperaba un apoyo mucho más ambicioso.
El trasfondo político también dio que hablar. El CEO de Intel, Lip-Bu Tan, a quien Trump hace poco calificaba de amenaza para la seguridad nacional, logró revertir la situación tras una reunión en la Casa Blanca. El presidente pasó de pedir su renuncia a elogiarlo como una “historia de éxito increíble”. Pero los halagos no cambian los números: acciones en rojo, proyectos retrasados y la imagen de una empresa que depende cada vez más del Estado. Mientras tanto, rivales como AMD y Nvidia se fortalecen con la debilidad de Intel.