Cuando Marvel anunció Daredevil: Born Again, los seguidores esperaban el regreso del justiciero ciego a las calles de Hell’s Kitchen, con combates intensos, drama judicial y el regreso de Vincent D’Onofrio en la piel del imponente Wilson Fisk. Lo que pocos imaginaron es que la trama sobre un criminal condenado que logra llegar al poder y manipular las instituciones en beneficio propio tendría tanto eco en la realidad política de 2025.
Para muchos espectadores, el Rey del Crimen se parece demasiado a ciertas figuras de carne y hueso, en especial a Donald Trump.
En la Comic Con de Los Ángeles, Charlie Cox (Matt Murdock) y Wilson Bethel (Bullseye) fueron tajantes: cualquier parecido con Trump es pura casualidad. Cox recordó que D’Onofrio construyó al personaje mucho antes de que el magnate llegara a la Casa Blanca: “En 2014, si alguien hubiese dicho que Trump sería presidente, la gente se habría reído en su cara”.
Sin embargo, la coincidencia es difícil de ignorar. Fisk representa al empresario corrupto que disfraza intereses personales como servicio público, usa la intimidación como herramienta y distorsiona el sistema a su favor. Acusaciones muy similares han acompañado a Trump durante años. Por eso, a medida que la serie avanza hacia la segunda y tercera temporada, los paralelos con la política estadounidense parecen inevitables.
Wilson Bethel lo resumió con claridad: “La serie explora qué ocurre cuando demasiado poder cae en las manos equivocadas. Y la historia tiene cientos de ejemplos de eso.” Precisamente ahí radica la fuerza de Kingpin: no es solo un villano de cómic, es un recordatorio atemporal de los riesgos del abuso de poder.
Marvel siempre ha jugado con este doble filo entre evasión y crítica social. Stan Lee convirtió a los X-Men en metáfora de la discriminación, mientras que el Capitán América encarnaba luchas contra la propaganda y el autoritarismo. Daredevil: Born Again se inserta en esa tradición. Aun así, los actores insisten: no hay agenda política premeditada, solo coincidencias que, vistas desde la actualidad, parecen comentarios directos.
El público está dividido. Unos celebran la lectura política y ven en ella una sátira necesaria. Otros acusan a los críticos de querer meter política hasta en un show de superhéroes. En redes y foros, los debates arden: para unos es un reflejo fiel del presente, para otros es sobreactuado. Y esa polarización refleja lo que vivimos: incluso la cultura pop se consume a través del prisma ideológico.
Sea coincidencia o no, el arte siempre devuelve un espejo de la sociedad. Cuando el espectador observa a Fisk usar el poder para enriquecerse y perseguir a sus enemigos, es inevitable pensar en titulares actuales. Por eso Daredevil: Born Again trasciende su etiqueta de serie de superhéroes: es un relato sobre corrupción, responsabilidad y la fragilidad de las instituciones.
Cox cerró con ironía: “Siempre que aparece Frank Castle con un arma, alguien dice que no es buen momento para contar esa historia. Y sin embargo, coincidencias como estas ocurren. A veces resultan graciosas, a veces inquietantemente actuales. Pero siguen siendo coincidencias.” Tal vez ahí está la magia de la serie: en obligarnos a cuestionar si la realidad no se ha vuelto demasiado parecida a una historieta.