Rene Haas, CEO de ARM, volvió a poner sobre la mesa la eterna rivalidad entre Intel y TSMC, afirmando que la compañía estadounidense ha sido “castigada por el tiempo” tras perder oportunidades clave y reaccionar demasiado tarde a los grandes cambios tecnológicos.
En una entrevista para el podcast All In, Haas explicó que Intel no solo perdió ritmo, sino también su lugar en la vanguardia del sector, y que alcanzar a TSMC hoy es “casi imposible”.
Según Haas, el problema de Intel no se resume en fabricar chips más potentes. Se trata de visión a largo plazo, inversión y timing. “Construir fábricas lleva años, desarrollar arquitecturas también. Si te pierdes un par de ciclos, el tiempo te castiga. Y eso es justo lo que le pasó a Intel”, comentó. Una de las áreas donde el castigo fue más evidente, según él, fue el mercado móvil.
A mediados de los 2000, Apple propuso a Intel fabricar los chips para el primer iPhone. Pero la dirección de Intel rechazó la oferta, creyendo que los teléfonos no serían un mercado rentable. Mientras tanto, ARM siguió su propio camino con diseños eficientes y de bajo consumo que terminaron dominando toda la industria móvil. El propio ex CEO de Intel, Paul Otellini, reconoció más tarde que esa fue una de las mayores equivocaciones en la historia de la empresa. Haas considera ese error como el inicio del declive: el momento en que el reloj empezó a correr en contra de Intel.
El otro gran fallo, según Haas, fue la tardía adopción de la litografía EUV (Extreme Ultraviolet). “Intel decidió no invertir al ritmo de TSMC hace diez años, y eso les costó caro”, dijo. Esa tecnología permitió a TSMC fabricar chips más pequeños y eficientes, los que hoy impulsan dispositivos de Apple, NVIDIA y AMD. Intel, en cambio, sigue luchando por recuperar el terreno perdido, apostando todo a su futuro proceso 18A.
Haas fue claro: en la industria de los semiconductores, el tiempo es el juez más implacable. “Cuando te atrasas, el ciclo te pasa por encima. No se puede recuperar una década de ventaja con dinero”, afirmó. En su opinión, los ecosistemas tecnológicos evolucionan tan rápido que una empresa rezagada no solo pierde mercado, sino relevancia.
Pero el CEO de ARM también apuntó a un tema cultural. Dijo que en Occidente, la manufactura se ve como algo poco prestigioso, mientras que en Taiwán trabajar en TSMC es motivo de orgullo. “Si dices que trabajas en TSMC, la gente te respeta. En Estados Unidos, muchos ven esos empleos como ‘trabajo manual’ y no aspiran a eso”, señaló. Para Haas, esa mentalidad es uno de los mayores obstáculos para reconstruir la capacidad industrial de América.
Programas como el CHIPS Act impulsado por Washington son, según Haas, apenas el primer paso. “No se trata solo de dinero, sino de cambiar la forma en que una sociedad valora la ingeniería, la innovación y el trabajo técnico.” Sin una base cultural que apoye la manufactura, cualquier intento de competir con TSMC será superficial y temporal.
Por su parte, el actual CEO de Intel, Pat Gelsinger, intenta revertir el rumbo con su estrategia IDM 2.0, que incluye enormes inversiones en fábricas en Estados Unidos y Europa. El objetivo es convertir a Intel en un fabricante de chips competitivo a nivel mundial. Sin embargo, Haas fue tajante: “el dinero no compra el tiempo perdido”. TSMC tiene una ventaja de años, una red consolidada de socios y una reputación que no se construye de la noche a la mañana. Intel no solo necesita invertir, sino reinventarse por completo.
“Cuando el tiempo te castiga, no basta con recuperar terreno; hay que reinventarse”, concluyó Haas. Sus palabras reflejan una dura verdad: para Intel, el reto no es técnico, es existencial. Y quizá el reloj ya haya marcado demasiado.