La administración de Biden intentó convencer a gigantes como NVIDIA y AMD de comprar chips a Intel para rescatar a la histórica compañía estadounidense, que lleva años perdiendo terreno frente a la competencia asiática. Según Bloomberg, incluso se planteó una posible alianza con GlobalFoundries, pero la propuesta fracasó: Intel no tiene la capacidad de producción necesaria y TSMC domina los procesos más avanzados del sector.
Con Donald Trump de nuevo en el centro de la política, surge la duda: ¿podría él lograr lo que Biden no pudo? Para algunos, salvar a Intel es una cuestión de soberanía tecnológica y seguridad nacional.
Para otros, es tirar dinero en una empresa que se quedó atrás. La gran apuesta de Intel, la litografía High-NA EUV, no estará lista hasta alrededor de 2030, demasiado tarde para alcanzar a TSMC.
SoftBank compró recientemente una participación en Intel, alimentando rumores de una posible colaboración con ARM. Además, Intel mostró un diseño experimental de un SoC no-x86 usando IP de terceros, lo que sugiere un giro hacia nuevas arquitecturas. Sin embargo, críticos señalan que sin innovación real y precios competitivos, ni AMD ni NVIDIA tienen motivos para depender de un rival directo.
Estados Unidos enfrenta así un dilema: apostar por el renacimiento de Intel o seguir fortaleciendo la presencia de fabricantes extranjeros como TSMC en su propio territorio. Por ahora, el futuro de Intel depende menos de la política y más de su capacidad de entregar chips que el mercado realmente quiera.