En Intel hay un fuerte debate interno: ¿separar o no su división de fundición en una nueva empresa? La historia recuerda mucho a lo que vivió AMD en 2008, cuando, hundida en pérdidas y con retrasos importantes en sus lanzamientos, decidió vender sus fábricas y adoptar el modelo fabless. En aquel momento, procesadores como los Opteron y Phenom llegaron con meses de retraso, la cuota de mercado cayó y las pérdidas operativas crecieron. La venta al fondo Mubadala dio origen a GlobalFoundries, aportando 700 millones de dólares en efectivo, 1.100 millones en alivio de deuda y libertad para trabajar con líderes como TSMC. AMD vendió su participación demasiado pronto y perdió la revalorización posterior, pero recuperó competitividad y lanzó algunos de sus mejores chips.
Hoy Intel enfrenta un panorama similar: en 2024 la división de fundición acumulará pérdidas estimadas en 13.000 millones de dólares, cerca del 10 % de su valor de mercado. La presión política y de los accionistas crece, con propuestas de una escisión total o incluso de un consorcio respaldado por el gobierno estadounidense para mantener la producción local de semiconductores.
El CEO, Lip-Bu Tan, se opone, apostando por el avance de los procesos 18A y 14A, claves para el liderazgo tecnológico de EE.UU. Cree que separarse ahora pondría en riesgo años de inversión e I+D, justo cuando el 18A está cerca de alcanzar el 70 % de rendimiento necesario para ser rentable.
Los defensores de la escisión ven la oportunidad de generar más flujo de caja y ganar competitividad con fabricantes externos, como hizo AMD. Los detractores temen que perder control directo debilite la ventaja tecnológica y la seguridad estratégica del país. Mientras tanto, Intel recorta costos con despidos y cancelaciones de proyectos, intentando perfeccionar el 18A para competir con el N2 de TSMC. La decisión marcará no solo el futuro de Intel, sino también el rumbo de la industria estadounidense de chips durante décadas.