Exit 8, la adaptación en acción real del popular juego indie de terror japonés, llegó a los cines el 29 de agosto y rápidamente se convirtió en tema de debate en todo el país. Aunque consiguió el mejor estreno del año para un filme live-action en Japón, una escena de tsunami extremadamente realista generó controversia y abrió un intenso debate cultural. La situación se agravó porque los productores emitieron una advertencia de contenido recién tres días después de su estreno.
El juego original, lanzado en Steam en noviembre de 2023, atrapó a los jugadores con una mecánica sencilla pero adictiva: recorrer pasillos infinitos de metro, identificar anomalías y avanzar desde la salida 0 hasta la salida 8.
Cada acierto permite progresar, cada error obliga a empezar de nuevo. Con su atmósfera inquietante y sustos calculados, se convirtió en un éxito viral entre streamers y pronto fue adaptado a consolas y realidad virtual.
La película mantiene la esencia pero añade nuevas capas psicológicas. El protagonista, interpretado por Kazunari Ninomiya – exintegrante de la boyband Arashi y actor de renombre – , es un asalariado anónimo con asma, atrapado en la rutina y en la angustia de convertirse en padre. Igual que en el juego, queda atrapado en los interminables túneles del metro, donde distinguir lo real de lo extraño es la única forma de escapar. El filme, sin embargo, profundiza en temas como la apatía social, la desconexión causada por los móviles y el vacío de la vida urbana contemporánea.
La ambientación replica con precisión la estética del juego: paredes blancas brillantes, luces fluorescentes, pasajeros que parecen NPCs y carteles inquietantes. Algunas anomalías resultan familiares a los fans, mientras que otras son nuevas y diseñadas exclusivamente para la cinta. Incluso hay guiños que recordaron a los clásicos del survival horror, como Parasite Eve. Todo ello contribuye a una atmósfera opresiva y claustrofóbica.
El momento más polémico llega con la escena del tsunami. Mientras que en el juego aparecía una ola roja de tono simbólico – un guiño a El resplandor – , la película opta por un realismo brutal: un torrente marrón y fangoso irrumpe en los túneles, arrastrando escombros y personas. En una de las escenas más intensas, el protagonista lucha por salvar a un niño, colocándolo sobre un cartel luminoso en lo alto, mientras la cámara se recrea en la imagen del pequeño acurrucado, rodeado de restos. Es una secuencia dura, difícil de olvidar.
El 1 de septiembre, tres días después del estreno, la cuenta oficial del filme en X (antes Twitter) publicó un aviso advirtiendo que ciertas imágenes podían despertar recuerdos traumáticos en quienes vivieron desastres naturales. Para muchos, esa advertencia llegó demasiado tarde. Medios como Yahoo! Japan o J-CAST citaron a espectadores indignados: “Si lo hubiera sabido, no habría ido” o “Eso tenían que haberlo avisado desde el primer día”. Otros cuestionaron a la junta de clasificación Eirin, que otorgó al filme una calificación G, es decir, apta para todo público.
El trasfondo de la crítica es evidente: la memoria del terremoto y tsunami de 2011 en Tohoku, que dejó casi 20.000 muertos, sigue siendo una herida abierta. Para quienes lo vivieron, la escena no es ficción sino una reviviscencia dolorosa. Aunque parte del público joven minimizó la polémica y dijo que “es solo terror”, otros subrayaron la necesidad de sensibilidad. Como comentó un espectador: “Si vienes del juego, te confías… pero en la película es 500 veces más real”.
Aun con las críticas, la taquilla no se resintió. El carisma de Ninomiya, la fama del juego y una campaña publicitaria masiva garantizaron salas llenas. A nivel internacional, Exit 8 ya se proyectó en festivales como Cannes. En agosto, la distribuidora estadounidense Neon compró los derechos y anunció estreno en Norteamérica para 2026. Allí, sin la misma carga emocional de Japón, la escena podría leerse como una metáfora de la ansiedad moderna o simplemente como un momento impactante del género.
De este modo, Exit 8 terminó siendo más que una adaptación de videojuego: se transformó en un catalizador de debate cultural sobre los límites del arte, la responsabilidad con el público y el papel de las advertencias. ¿Debe el cine provocar aunque duela? ¿O tiene que proteger la memoria colectiva? Lo que está claro es que la película ya dejó su huella y seguirá dando que hablar.