En la familia Galaxy S26, lo más interesante no está en el módulo de cámara ni en un nuevo color llamativo, sino en algo que la mayoría de usuarios nunca ve: el chip. Con el Exynos 2600, Samsung intenta darle la vuelta a una partida que lleva años jugando contra Qualcomm. La idea es clara: ganar margen de beneficio en cada móvil vendido y, al mismo tiempo, sentarse a negociar con Qualcomm desde una posición mucho más cómoda. 
Y todo eso acaba teniendo consecuencias directas para quienes compran el teléfono en Europa, Latinoamérica o Asia.
Según medios surcoreanos como Chosun Biz, la división Mobile Experience de Samsung habría cerrado un acuerdo muy ventajoso con Samsung LSI, la rama encargada de diseñar y vender los Exynos. Para los primeros lotes del Galaxy S26 y S26+, el Exynos 2600 saldría entre 20 y 30 dólares más barato por unidad que el Snapdragon 8 Elite Gen 5 de Qualcomm. En la ficha técnica es solo una cifra más, pero multiplicada por millones de unidades se convierte en una inyección enorme de margen que no se ve en los anuncios, pero sí en los resultados trimestrales.
Ese precio “de la casa” no sería permanente. El descuento se aplicaría a un volumen inicial de chips, y una vez se consuma esa cantidad, las condiciones se renegociarían. Aun así, solo el primer tramo ya le da a Samsung oxígeno para lanzar promos agresivas, mejores planes de renovación y ofertas de lanzamiento, sin destrozar la rentabilidad. Para el usuario final todo esto es invisible, pero es exactamente este tipo de ingeniería financiera la que decide si un nuevo Galaxy sale al mercado a un precio considerado caro, pero razonable, o directamente fuera de juego.
La otra pieza clave del rompecabezas es cómo se reparte cada chip dentro de la gama. El Galaxy S26 Ultra, el modelo escaparate de la serie y responsable de una parte enorme de las ventas, se queda exclusivamente con el Snapdragon 8 Elite Gen 5. En mercados muy sensibles a la imagen y a la prensa especializada – como Estados Unidos – también se espera que varias versiones del S26 lleguen solo con Snapdragon. Allí, un problema de rendimiento o de cobertura se traduce rápido en mala reputación, y Samsung prefiere no jugar con fuego.
En cambio, en la Unión Europea, en Corea del Sur y en muchos países de Latinoamérica, África o el sudeste asiático, el panorama cambia: los Galaxy S26 y S26+ llegarían principalmente con el Exynos 2600. Desde el punto de vista de Samsung, tiene lógica: donde el precio manda, se baja la factura del chip; donde la marca y los análisis de rendimiento pesan más que unos cuantos euros de diferencia, se mantiene al “caballo ganador” de Qualcomm. Para muchos usuarios, sin embargo, esto suena a vieja conocida: la famosa lotería del procesador, en la que tu código postal decide si te toca la versión que todos quieren o la que genera dudas.
Técnicamente, tanto Samsung como Qualcomm parten de la misma base: la arquitectura de Arm. La diferencia está en cómo la llevan a la práctica. Qualcomm apuesta desde hace años por núcleos muy personalizados, afinados para el uso real en smartphones y orientados a exprimir al máximo la relación entre potencia y consumo. Samsung, en cambio, suele trabajar más cerca de los diseños de referencia de Arm, con ajustes parciales. Eso reduce costes y complejidad, pero también ha provocado que los buques insignia con Exynos suelan quedar un paso por detrás de los equivalentes con Snapdragon en autonomía, control térmico y estabilidad del rendimiento bajo carga prolongada.
El Exynos 2600 es el intento de romper con esa etiqueta. De acuerdo con ETNews, el chip se fabrica con el nuevo proceso de 2 nm GAA de Samsung e incorpora una solución llamada Heat Pass Block para trasladar mejor el calor hacia el sistema de refrigeración. En las pruebas internas se habla de un rendimiento satisfactorio, pero también de problemas de yield: demasiados chips por oblea no pasan el filtro de calidad, lo que limita la cantidad lista para enviar y ayuda a explicar por qué Samsung no puede, aunque quisiera, montar Exynos en absolutamente todos los S26 del planeta.
Otros informes, como uno de ZDNET, pintan un escenario bastante más optimista. Ahí se afirma que el Exynos 2600 ya habría alcanzado rendimientos de fabricación estables, con mejoras de hasta un 30 % en eficiencia y temperatura frente a generaciones anteriores, además de una NPU mucho más potente para tareas de inteligencia artificial en el propio dispositivo. Hablamos de fotos y vídeos procesados de forma más inteligente, funciones de IA generativa sin depender siempre de la nube y asistentes más útiles trabajando en segundo plano. Si esa versión de la historia se confirma en pruebas independientes, el Exynos dejaría de ser simplemente el chip “más barato” para convertirse, por fin, en un auténtico SoC de gama alta.
El gran problema para Samsung es que los números no borran los recuerdos. En muchos países que llevan años recibiendo solo versiones Exynos de los Galaxy, la experiencia ha sido la misma: móviles que se calientan más, se descargan antes y bajan frecuencia con demasiada facilidad cuando se les exige durante varios minutos. No es raro ver comentarios hablando de “gama alta a precio completo con corazón de segunda” o promesas de no volver a comprar un Galaxy con Exynos. Ese es el peso que tiene que levantar el 2600: no solo rendir bien, sino convencer a una base de usuarios que se siente, con razón o sin ella, como cliente de segunda.
Desde el lado de Samsung, la jugada sigue teniendo sentido: un chip propio implica menos dependencia de Qualcomm, más poder en la negociación de precios y mayor margen en un mercado de móviles que ya no crece al ritmo de antes. Pero desde el lado del usuario exigente, la lectura es distinta: quieren el mejor hardware posible, independientemente del país en el que vivan. La generación Galaxy S26 va a ser una especie de prueba de fuego. Si el Exynos 2600 en 2 nm ofrece buena batería, temperaturas controladas y funciones de IA que de verdad marquen diferencia, la desconfianza empezará a bajar. Si no, el debate Exynos vs Snapdragon seguirá vivo, y cada modelo con chip de la casa se verá menos como innovación y más como un truco para engordar el margen.