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Galaxy S26 Ultra y Snapdragon 8 Elite Gen 5: cuando la potencia se pelea con la temperatura

por ytools
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El Samsung Galaxy S26 Ultra todavía no ha salido al mercado y ya está en el centro de una discusión incómoda: ¿será un monstruo de rendimiento o un calefactor de bolsillo a precio de tope de gama? El motivo del debate no es solo la cámara o el diseño, sino el cerebro del dispositivo. Samsung apostará a nivel global por el Snapdragon 8 Elite Gen 5 de Qualcomm, un chip que promete potencia de portátil metida en un cuerpo de móvil ultrafino. Suena espectacular, pero también abre una duda muy sencilla: ¿la refrigeración del S26 Ultra será capaz de domar este procesador tan caliente o vamos directos a otro capítulo de sobrecalentamiento y throttling agresivo?

La jugada de Samsung es clara: nada de versiones con Exynos en unos países y Snapdragon en otros para el modelo Ultra.
Galaxy S26 Ultra y Snapdragon 8 Elite Gen 5: cuando la potencia se pelea con la temperatura
Todo apunta a que el Galaxy S26 Ultra llevará Snapdragon 8 Elite Gen 5 en todos los mercados. Para muchos entusiastas esto es motivo de celebración; durante años, los Snapdragon han ofrecido mejor rendimiento en juegos y mejor compatibilidad con apps exigentes. Sin embargo, los primeros móviles que ya montan este chip muestran la otra cara de la moneda: la potencia es brutal, sí, pero el consumo y la temperatura se disparan hasta niveles que un smartphone tradicional no gestiona tan fácilmente.

El ejemplo más visible por ahora es el OnePlus 15. Es uno de los primeros teléfonos con Snapdragon 8 Elite Gen 5 y llega con una enorme cámara de vapor, de la que el fabricante presume diciendo que disipa hasta el doble de calor que la generación anterior. En el día a día, para WhatsApp, redes sociales, navegación, fotos y algún juego ocasional, el sistema funciona razonablemente bien. El problema aparece cuando se le aprieta de verdad, con benchmarks como 3DMark Wild Life Extreme o con partidas largas de juegos pesados. En esos escenarios, el procesador puede llegar a consumir alrededor de 20–22 W, y eso es territorio de CPU de ultrabook.

Para entender lo que significa, hay que comparar. Un portátil fino con una CPU de clase ultrabook puede moverse por esa franja de consumo bajo carga importante, pero cuenta con un chasis grande, disipadores de metal, heatpipes, rejillas de ventilación y uno o varios ventiladores soplando aire a miles de revoluciones. Un portátil gaming con un Intel Core i9-14900HX, por ejemplo, puede quedarse en unos 15 W en reposo con temperaturas en torno a 60 grados, apoyado siempre por ventilación activa. En un móvil no existe nada de eso: no hay espacio, no hay flujo de aire real, y el calor tiene que salir a través de capas muy finas de metal, grafito y cristal. Cuando pones un chip capaz de consumir más de 20 W dentro de ese entorno cerrado, cada pequeño detalle del diseño térmico marca la diferencia entre un móvil cómodo de usar y una plancha portátil.

El origen del problema está en cómo está diseñada la CPU del Snapdragon 8 Elite Gen 5. Qualcomm ha tirado casi todo por la ventana en nombre del rendimiento. En lugar de una mezcla de núcleos grandes y núcleos de alta eficiencia, el chip está repleto de músculo: seis núcleos Oryon Phoenix M de alto rendimiento rondando los 3,63 GHz y dos núcleos Oryon Phoenix L aún más agresivos, cerca de los 4,61 GHz. No hay un bloque clásico de núcleos eficientes que se encargue de las tareas ligeras. Para muchos, es fácil señalar eso como el gran culpable, pero la realidad es un poco más compleja.

Otros chips, como el Dimensity 9500 de MediaTek, también experimentan con configuraciones sin e-cores tradicionales y no por ello convierten cada móvil en una tostadora. La clave del Snapdragon 8 Elite Gen 5 es que Qualcomm ha llevado las frecuencias de varios núcleos grandes muy arriba y pretende mantenerlas activas en escenarios multihilo durante más tiempo. Cuando todos esos núcleos trabajan a la vez, aumentar la frecuencia significa subir también el voltaje, y con ello el consumo. Ahí salen las cifras que se han visto en pruebas: cerca de 19,5 W de consumo de placa frente a unos 12,1 W del A19 Pro de Apple en el mismo test. Esos vatios extra se transforman directamente en calor, y no hay magia de marketing que lo elimine.

En este contexto, la estrategia de refrigeración del Galaxy S26 Ultra se vuelve crítica. Los rumores señalan que Samsung montará una cámara de vapor aproximadamente 1,2 veces más grande que la del modelo anterior. Es un avance, sin duda, pero no es un cambio radical de paradigma. No hay ventilador interno, no hay rejillas dedicadas como en los móviles gaming más extremos. Para explosiones cortas de rendimiento, esa cámara ampliada seguramente será suficiente. El verdadero examen llegará con las situaciones que hoy se han vuelto normales: grabación larga en 4K e incluso 8K, sesiones de media hora en juegos como Genshin Impact o Call of Duty Mobile y funciones de IA generativa que procesan durante minutos directamente en el dispositivo.

Quien ya haya probado móviles orientados al gaming sabe lo delicado que es este equilibrio. El RedMagic 10 Pro, por ejemplo, integra refrigeración activa con un pequeño ventilador interno. Hace cinco años, un móvil con ventilador habría sonado a meme; hoy es casi estándar en ese nicho. Y aun así, no todos los usuarios están contentos: hay quejas de Bluetooth que se desconecta varias veces al día, pantallas que se congelan y reinicios aleatorios. Es la prueba de que tener el chip más rápido no sirve de mucho si el software y la gestión térmica no están a la altura. En el fondo, lo que la mayoría quiere no es ganar un benchmark, sino un móvil estable, que no queme la mano y que no se coma la mitad de la batería en una hora de juego.

En medio de ese panorama, el Exynos 2600 aparece como la carta propia de Samsung para equilibrar la situación, aunque no en el modelo Ultra. Todo indica que el Galaxy S26 y el S26+ montarán este nuevo SoC, que supone un salto enorme respecto a generaciones anteriores de Exynos. La compañía deja atrás los transistores FinFET y apuesta por Gate-All-Around (GAA), donde nanosheets apiladas envuelven el canal por los cuatro lados. Esto reduce fugas de corriente y mejora el control del transistor, lo que se traduce en más rendimiento con la misma energía o la misma potencia con menos consumo. Además, el Exynos 2600 se fabrica en el proceso de 2 nm de Samsung, frente a los 3 nm del Exynos 2500.

Según las cifras que maneja la propia compañía, el salto a 2 nm puede ofrecer hasta un 5 % más de rendimiento, hasta un 8 % mejor eficiencia energética y alrededor de un 5 % menos de área de chip. Pero lo más interesante es que los rendimientos de fabricación se habrían estabilizado, pasando de alrededor del 30 % a cerca del 60 %, y que se ha avanzado en la gestión térmica y de consumo en torno a un 30 %. A eso se suma un NPU mucho más capaz, pensado precisamente para que las funciones de IA no tengan que tirar constantemente de CPU y GPU a máxima potencia.

También hay una dimensión económica. Los reportes desde Corea apuntan a que la división MX de móviles de Samsung ha negociado con la división LSI un precio muy atractivo por cada Exynos 2600. Equipar el Galaxy S26 y el S26+ con este chip podría salir entre 20 y 30 dólares más barato por unidad que comprar un Snapdragon 8 Elite Gen 5 a Qualcomm. Si en el uso real el Exynos 2600 se acerca al rendimiento del Snapdragon pero mantiene temperaturas más bajas y una mejor autonomía, Samsung gana por partida doble: más margen de beneficio y un argumento sólido para ir migrando todo su catálogo de gama alta a chips propios en el futuro.

Eso deja al Galaxy S26 Ultra en una posición tan interesante como delicada. Sobre el papel, es el buque insignia absoluto, el que tendrá el SoC Android más potente del momento. Pero si la cámara de vapor 1,2 veces más grande y el ajuste de software no bastan para contener el calor, el Ultra podría convertirse en el ejemplo de que la obsesión por el rendimiento tiene un precio alto en la experiencia de uso. Mientras tanto, los modelos con Exynos 2600 pueden terminar siendo los que ofrecen un rendimiento más estable, temperaturas más contenidas y mejor batería a largo plazo. En última instancia, esta generación podría definirse menos por quién lidera la tabla de benchmarks y más por algo mucho más simple: qué chip sigue rindiendo bien sin convertir el móvil en un horno de mano.

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