Microsoft vuelve a estar en el ojo del huracán tras despedir a dos empleados que organizaron una sentada en la oficina del presidente Brad Smith en Redmond.
La protesta, realizada el 27 de agosto de 2025, formó parte de la campaña No Azure for Apartheid, que acusa a los servicios en la nube de Azure de ser utilizados para la vigilancia contra palestinos y exige poner fin a los contratos con el gobierno israelí.
Los ingenieros Anna Hattle y Riki Fameli encabezaron la acción, transmitiéndola en directo por Twitch para presionar a la compañía. La seguridad bloqueó el acceso al área ejecutiva, varias personas fueron detenidas y poco después ambos fueron despedidos. Microsoft justificó la medida alegando “graves violaciones” de su código de conducta y de las normas de seguridad.
El caso refleja el crecimiento del activismo interno en la empresa. En los últimos años, las protestas de empleados se han vuelto más frecuentes, cuestionando desde contratos militares hasta políticas laborales. Aunque Microsoft se presenta como progresista – con discursos de diversidad e inclusión – , críticos señalan que la compañía juega a dos bandas: proyecta una imagen ética hacia afuera mientras mantiene acuerdos millonarios con gobiernos cuestionados por abusos.
En rueda de prensa, Brad Smith reiteró que Microsoft está comprometida con los derechos humanos, pero advirtió que “las acciones no autorizadas que pongan en riesgo la seguridad laboral no serán toleradas”. Sin embargo, el debate sigue abierto: ¿se trata realmente de ética corporativa o simplemente de proteger la reputación de la marca?
Lo cierto es que Microsoft atraviesa una etapa de fuertes tensiones internas, donde el activismo de sus empleados choca frontalmente con la estrategia empresarial. Un choque que podría marcar no solo el futuro de la compañía, sino también el rumbo de toda la industria tecnológica frente a la presión social y política.