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Pete Hines carga contra Game Pass: éxito para jugadores, riesgo para estudios

por ytools
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Cuando Pete Hines, exvicepresidente senior de Bethesda Softworks, opina sobre el futuro del gaming, sus palabras pesan. Tras 24 años en la compañía detrás de sagas como Fallout y The Elder Scrolls, Hines conoce de sobra cómo funciona la industria por dentro.
Pete Hines carga contra Game Pass: éxito para jugadores, riesgo para estudios
Y en una reciente entrevista con DBLTAP fue tajante: los servicios de suscripción como Xbox Game Pass “no valen una mierda” si los desarrolladores no reciben el apoyo que necesitan.

Aunque reconoce que ya no forma parte de Microsoft ni de Bethesda desde su jubilación en 2023, asegura haber visto decisiones “cortoplacistas” hace años que hoy muestran sus consecuencias. Para él, la suscripción se ha convertido en una especie de palabra maldita: los jugadores disfrutan de acceso barato a cientos de títulos, pero los estudios que hacen esos juegos cargan con el peso. “Si no logras equilibrar las necesidades del servicio con las de quienes crean el contenido, el modelo no vale nada”, advirtió.

Las cifras reflejan la paradoja. Microsoft anunció en 2024 más de 5.000 millones de dólares en ingresos por Game Pass, pero al mismo tiempo despidió a cientos de empleados en su división de gaming. Para Hines, ese contraste evidencia cómo los números para los inversores brillan mientras que la gente que hace los juegos paga las consecuencias. El cierre de Arkane Austin y la casi desaparición de Tango Gameworks (rescatada gracias a Krafton) son ejemplos claros de esa tensión.

Otros veteranos comparten sus dudas. El exjefe de PlayStation, Shawn Layden, ya había advertido de que la idea del “Netflix de los videojuegos” es peligrosa para los desarrolladores. Raphael Colantonio, cofundador de Arkane, fue aún más contundente: calificó a Game Pass como un modelo “insostenible” que terminará monopolizando el mercado o derrumbándose.

Eso no significa que todo sea negativo. Algunos estudios afirman haber cerrado acuerdos justos con Microsoft, y para muchos jugadores Game Pass es una ganga incomparable. Pero esa visión centrada en el consumidor es precisamente lo que inquieta a figuras como Hines. Si para mantener el precio bajo se recortan presupuestos y se exprime a los equipos, la calidad de los juegos sufrirá inevitablemente. “No se trata solo de lanzar un título, sino de construir un producto que merece reconocimiento y recompensa justa”, explicó.

También está en juego la forma en que se perciben los videojuegos. Cada vez más se reducen a simples “contenidos”, como si fueran videos rápidos de redes sociales. Sin embargo, detrás de un juego hay años de trabajo, creatividad y riesgos. Para muchos desarrolladores, tratarlos como material desechable es un golpe cultural.

En el fondo, la disputa enfrenta dos visiones: la de los jugadores, que celebran el acceso barato e ilimitado, y la de los creadores, que ven en este modelo una amenaza para la diversidad y la sostenibilidad. Las palabras directas de Hines resumen la tensión: las suscripciones solo tienen futuro si valoran de verdad a quienes hacen posible los juegos.

La gran incógnita es si plataformas como Game Pass podrán equilibrar las expectativas de los consumidores con un trato justo a los estudios. La respuesta marcará el rumbo de la industria en la próxima década.

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