El Pixel 10 Pro llegó con la promesa de que el nuevo chip Tensor G5 pondría fin a los problemas de rendimiento que siempre han acompañado a los teléfonos de Google. Fabricado por TSMC en 3 nm, sonaba como un salto enorme en potencia.
Sin embargo, los resultados no impresionan: la GPU sigue quedando por debajo del iPhone 16 Pro y el Galaxy S25, e incluso pierde frente a modelos más antiguos.
En CPU hay mejoras claras: los tests muestran un aumento del 34 % en potencia y en el uso diario el móvil va fluido. Pero en comparación con el iPhone 14 Pro o el Galaxy S24, ambos con un par de años encima, el Pixel 10 Pro sigue a la zaga. El apartado gráfico es la parte más floja: rinde parecido a un Galaxy S23, mientras la competencia ya juega en otra liga. Para WhatsApp, redes y navegación es suficiente, pero si quieres jugar a títulos exigentes o editar vídeo en el teléfono, notarás rápido sus limitaciones.
Y no es solo cuestión de potencia. El ecosistema de Google funciona de maravilla en cualquier dispositivo, incluido el iPhone. Gmail, Calendar, Maps y Chrome están perfectamente integrados en iOS y macOS. Apple, en cambio, retiene a sus usuarios con herramientas exclusivas como AirDrop, Handoff o Continuity, que no tienen rival en Android. Cambiarse a un Pixel no suma ventajas reales, pero sí resta comodidades.
Aun así, el Pixel 10 Pro no es un mal teléfono. Para quienes ya usan Android, es un gama alta sólido y con nuevas funciones de IA muy atractivas. Pero para los que están en iPhone, no hay razones de peso para dar el salto: la diferencia de rendimiento sigue siendo notoria y el ecosistema de Apple continúa siendo difícil de abandonar.
La buena noticia es que la competencia obliga a todos a mejorar. Apple tendrá que avanzar en inteligencia artificial, y Google en fabricar chips realmente competitivos. El Pixel 10 Pro es un paso adelante, pero aún no es el móvil que me haría dejar el iPhone.