Warner Bros. Discovery ha demandado oficialmente a Midjourney, en un caso que promete convertirse en referencia para el futuro del copyright en la era de la inteligencia artificial.
La disputa no es menor: ¿puede una IA recrear personajes icónicos de la cultura popular sin pagar derechos, o se trata de una violación masiva de propiedad intelectual?
La demanda fue presentada el 5 de septiembre de 2025 en un tribunal federal de Los Ángeles. En ella se mencionan nombres que forman parte del ADN de varias generaciones: Superman, Batman, la Mujer Maravilla, Scooby-Doo y Bugs Bunny. Para Warner, estos no son simples dibujos animados, sino activos multimillonarios que sostienen el valor de la compañía. Según los documentos, Midjourney permitió a sus usuarios generar imágenes prácticamente idénticas y además obtuvo beneficios económicos cobrando por el acceso a la plataforma.
Lo más llamativo es que, según Warner, Midjourney solía contar con filtros para impedir este tipo de usos, pero la empresa los eliminó de forma consciente con el fin de aumentar su base de usuarios. Ahora el estudio exige hasta 150.000 dólares por cada infracción, además de una orden judicial para impedir que se repitan estos casos. Si se multiplica por la cantidad de imágenes generadas, la cifra final podría ser astronómica.
Este no es el primer enfrentamiento entre la startup y la industria del cine. Disney y Universal ya han expresado quejas similares, reflejando el temor creciente en Hollywood de que la IA desdibuje la frontera entre inspiración artística y copia directa. Mientras un artista humano puede reinterpretar a un personaje con su estilo, un algoritmo entrenado con miles de millones de imágenes es capaz de producir resultados tan fieles al original que el debate legal se vuelve inevitable.
Midjourney, por su parte, sostiene que su práctica se ampara en el principio de “uso justo transformativo” (fair use). Afirma que su sistema no copia de manera literal, sino que aprende patrones visuales, del mismo modo en que un dibujante estudia cómics o películas antes de crear algo propio. Además, la compañía se defiende diciendo que la responsabilidad recae en los usuarios, ya que sus términos de servicio prohíben expresamente la creación de contenido que viole derechos de autor.
El trasfondo es también político y económico. Muchos creen que grandes tecnológicas como Google, Meta o incluso OpenAI podrían apoyar a Midjourney de manera indirecta, ya que una victoria de Warner podría sentar un precedente peligroso para sus propios modelos entrenados con datasets masivos. Algunos expertos van más allá y aseguran que el caso podría llegar hasta la Corte Suprema de EE. UU., obligando a los jueces a pronunciarse sobre el papel de la IA en la legislación de derechos de autor.
Entre el público, las opiniones están divididas. Quienes critican a Warner consideran que la compañía está intentando frenar una tecnología que no entiende, actuando como una “aristocracia protegida” que utiliza la ley para conservar privilegios. Sus defensores, en cambio, creen que sin normas estrictas la cultura podría convertirse en un campo abierto donde las creaciones de décadas se conviertan en materia prima gratuita para algoritmos. El debate, en definitiva, es si la IA amplía los horizontes de la creatividad o amenaza con borrar la idea misma de originalidad.
El desenlace aún es incierto: podría cerrarse con un acuerdo confidencial o desembocar en una sentencia histórica. Pero algo es seguro: el caso Warner vs. Midjourney va mucho más allá de Batman o Scooby-Doo. Es la batalla por decidir quién controlará la imaginación del futuro: los humanos o las máquinas.