Desde su estreno en junio de 2017, Xbox Game Pass ha sido tema de debate constante en la industria.
Para los jugadores, la propuesta sonaba como un sueño: pagar una tarifa fija al mes y acceder a un catálogo enorme con títulos de renombre, incluidos los de Bethesda y Activision Blizzard, estudios que Microsoft compró por cifras astronómicas. Sin embargo, siempre flotó la misma duda: ¿cómo puede sostenerse económicamente un modelo así incluso para un gigante tecnológico?
En la Tokyo Game Show 2025, la presidenta de Xbox, Sarah Bond, intentó despejar esas dudas. En una entrevista con el medio japonés Game Watch, aseguró que Game Pass no solo es sostenible, sino también rentable. Según Bond, el servicio alcanzó un récord de 5 mil millones de dólares en ingresos el último año fiscal. Y subrayó: “Es un negocio rentable y, a medida que más creadores se suman al Game Pass, aumentan también los pagos hacia ellos. Creemos que es beneficioso para todos.”
Pero las palabras de Bond quedaron opacadas por los hechos. Apenas unos días después, Microsoft confirmó un aumento fuerte en el precio: el plan Ultimate pasó a costar 29,99 dólares mensuales, además de subas en los demás niveles. Para la comunidad gamer, la noticia fue un jarro de agua fría. Si el servicio ya generaba ganancias, ¿por qué entonces subir casi un 50%? Muchos lo interpretaron como pura codicia corporativa. Y dado el cargo de Bond, resulta difícil pensar que no estuviera al tanto de esta decisión al momento de la entrevista.
La lógica empresarial es evidente: no basta con ser rentable, hay que recuperar inversiones gigantescas. Solo la compra de Activision Blizzard costó 75,4 mil millones de dólares, más los 7,5 mil millones pagados previamente por Bethesda. Con esas cifras, los accionistas exigen retornos cada vez mayores. Los analistas esperaban un boom de suscriptores gracias a sagas como Fallout, DOOM, Diablo, Call of Duty y Elder Scrolls, pero el crecimiento ha sido mucho más moderado de lo previsto.
Así, la estrategia de Microsoft parece clara: sacar más dinero de la base de usuarios actual en lugar de depender solo de nuevos registros. Sin embargo, la apuesta es arriesgada. Con casi 30 dólares al mes, muchos jugadores prefieren comprar un par de títulos rebajados y quedarse con ellos para siempre. No sorprende que, tras el anuncio, la página de cancelaciones de Game Pass se saturara de solicitudes, reflejando el malestar generalizado.
En resumen, Xbox Game Pass ha demostrado que puede generar beneficios, pero la subida de precio amenaza con erosionar la confianza de los jugadores. El futuro del servicio dependerá de si la comunidad considera que el valor sigue justificando el costo o si prefiere volver al modelo clásico de compra de juegos individuales.